La primera vez que ví ese capítulo dije "bueno, eso no siempre es así". Supongo que me refería a que no necesariamente pasaban cosas malas, porque hasta entonces no se habían dado demasiadas ocasiones para que yo tuviese que tomar alguna decisión de madrugada. Y no tienen por qué pasar cosas malas. Pero definitivamente, como se te plantee una encruzijada, la decisión que tomes va a ser la errónea. O igual soy más Mosby de lo que pensaba... Haciendo instrospección me he dado cuenta de que ninguna de las decisiones que haya tomado entre las 2 y las 8 de la mañana han sido las que hubiese tomado en otra franja horaria. Por otro lado, son cuestiones o situaciones que en general no se plantean fuera de ese horario... Supongo que es una cruel trampa del destino para hacernos caer como moscas.
No recuerdo una sola buena decisión que haya tomado en ese horario, especialmente en las últimas semanas. Me hubiese ahorrado bastantes disgustos si hubiese hecho caso a Ted. Decisiones que, al fin y al cabo, eran evitables. Hubiese podido irme a casa y dormir, o simplemente escabullirme y dejar pasar la noche. Pero decidí decidir.
Nos dejamos llevar por la emoción del momento, sacamos al niño impulsivo que llevamos dentro y lo dejamos actuar libremente -aunque sea para hacer cosas que nos obliguen a taparle los ojos y los oídos a ese pobre niño- según lo que pensamos que deseamos justo entonces. Y esa es nuestra gran perdición. Las decisiones que tomamos nos hacen ser quienes somos, nuestras circunstancias. Tomar las decisiones equivocadas... Qué deciros, suele ser nuestro pan de cada día, y no pasa nada por equivocarse, pero equivocarse demasiado acaba pasando factura. Contra ello parece que la mejor solución es dar un gran no por respuesta cuando te propongan salir de fiesta. Aunque eso implicaría perderse a muchos Elvis coreanos, y no creo estar dispuesta a renunciar a semejante privilegio... Digamos que otra opción es evitar tomar decisiones. Aunque eso ya es una decisión... Lo que decía, una cruel trampa del destino.
No recuerdo una sola buena decisión que haya tomado en ese horario, especialmente en las últimas semanas. Me hubiese ahorrado bastantes disgustos si hubiese hecho caso a Ted. Decisiones que, al fin y al cabo, eran evitables. Hubiese podido irme a casa y dormir, o simplemente escabullirme y dejar pasar la noche. Pero decidí decidir.
Nos dejamos llevar por la emoción del momento, sacamos al niño impulsivo que llevamos dentro y lo dejamos actuar libremente -aunque sea para hacer cosas que nos obliguen a taparle los ojos y los oídos a ese pobre niño- según lo que pensamos que deseamos justo entonces. Y esa es nuestra gran perdición. Las decisiones que tomamos nos hacen ser quienes somos, nuestras circunstancias. Tomar las decisiones equivocadas... Qué deciros, suele ser nuestro pan de cada día, y no pasa nada por equivocarse, pero equivocarse demasiado acaba pasando factura. Contra ello parece que la mejor solución es dar un gran no por respuesta cuando te propongan salir de fiesta. Aunque eso implicaría perderse a muchos Elvis coreanos, y no creo estar dispuesta a renunciar a semejante privilegio... Digamos que otra opción es evitar tomar decisiones. Aunque eso ya es una decisión... Lo que decía, una cruel trampa del destino.