viernes, 20 de febrero de 2015

Azul cerúleo.


     Me gusta verla caminar delante de mí porque así paso de ser protagonista de nuestra historia febril a mero espectador de desastres. Nuestra historia, que es de todo menos de amor. Como siempre, va varios pasos por delante, haciendo una perfecta metáfora sobre nosotros. La oigo murmurar insultos, jurar en arameo sobre mi desgraciada cabeza. Quizá incluso va gritando, pero yo no me entero. Yo ya nunca me entero de nada.
    Recuerdo que cuando la conocí me pareció una tía rara de cojones. Nunca tuvimos nada en común, pero como buenos seres humanos camicaces saltamos al vacío de las relaciones sin amor y las sábanas con compañía. Supongo que terminamos por habituarnos el uno al otro. Puede que llegásemos a querernos. Eso habría que preguntárselo a ella, que es la que sabe descifrar el alma.
    Dice que no la entiendo, y razón no le falta. Creo que no existe persona, animal, objeto, deidad ni Cristo que lo fundó que pueda llegar a entenderla. Y mucho menos yo. Pero que alguien me explique cómo cojones puede uno entender aquello que no está hecho para ser entendido. Ella es más cosas de las que alguien pueda llegar a contabilizar. Ella es lo que yo nunca seré. Ella es Todo. Y eso supongo que habría que reconocérselo.
    Dice que no la quiero, y razón no le falta. No porque no haya querido quererla, sino porque no he sabido hacerlo. Y que alguien me explique cómo cojones puede uno querer a la inmensidad y no desaparecer en ella.
    La recuerdo, porque es lo único que puedo hacer con ella.