El instante que precede al beso quizá sea una de las experiencias que considero más emocionantes e intensas. Objetivamente dura exactamente eso, un instante, un breve instante, apenas cronometrable. Subjetivamente, el tiempo se detiene. Desde que te das cuenta de lo que va a suceder a continuación hasta que se produce pueden pasar... años. Ese momento en el que se cruzan las miradas, una mirada más intensa que el propio instante, más intensa que la vida. En el que el mundo deja de girar, los relojes dejan de funcionar, el mundanal ruido cesa, y tu corazón deja de latir. Todo se desvanece, menos su mirada. ¿Sabéis a lo que me refiero? Y entonces, justo entonces, te das cuenta de que lo que está por pasar va a ser épico. Los labios se aproximan a velocidad relativa, mientras piensas cómo debe ser el tacto de éstos, o si desde la última vez que los probastes han cambiado de textura o de sabor. El roce de sus labios te eriza la piel, te aprieta el corazón, libera miles de mariposas en tu estómago. Te haces miles de preguntas, como si tendrá el cielo el mismo sabor, o si estará ocurriendo una catástrofe nuclear en el mundo que desapareció, aunque realmente no te importa en absoluto. En ese momento tu corazón, cuya existencia habías olvidado, vuelve a latir, y te da la impresión de que jamás lo había hecho con tanta rapidez. Te pierdes en el momento, en el aroma, en el tacto, en su boca, y deseas con todas tus fuerzas que el mundo no vuelva a funcionar nunca más.
Está claro que esto no le pasa a todo el mundo con todo el mundo. Por eso supongo que cuando te pasa es síntoma de que has encontrado a alguien especial. Alguien cuya simple presencia te produce unos escalofríos que te recorren entero, desde el inicio de la nuca hasta los dedos de los pies. Y no ves el momento de volver a probar otro pedacito de cielo.Menuda entrada más moñas. El verano me reblandece el cerebro.